Edició 2101

Els Països Catalans al teu abast

Divendres, 26 de abril del 2024
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Políticamente (muy) incorrecto

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¿El catalán es un asunto esencial para Catalunya? ¿Sin lengua propia no hay identidad? Entonces, ¿la lengua es un obstáculo o una palanca para la independencia de Catalunya? Por favor, antes de seguir leyendo, tómate dos segundos para responder estas preguntas y sigue únicamente cuando te hayas formado una opinión.

Otra previa: quien escribe utiliza el catalán las 24 horas del dia, peti qui peti, incluso cuando quiere que le sirvan un exótico tallat amb llet freda en mitad del Eixample barcelonés. Excepto ahora, nunca (repito: nunca) cambio de idioma en mi casa (llámame intolerante). Debo dejarlo claro antes de saltar al precipicio, para sortear la excomunión a la que puedo ser condenado tras este artículo. Es lo que me merecería por osar poner el tabú sobre la mesa.

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En mi opinión, la lengua es un problema sólo si seguimos considerándola condición sine qua non de nuestra identidad. Es un obstáculo para el objetivo urgente y prioritario de la independencia desde el momento en que dividimos el país entre buenos (los que hablamos catalán) y malos (los que no lo hablan), porque podemos pasar décadas esperando a que todo vecino hable en catalán, pero, mientras tanto, habremos perdido la oportunidad de descubrirle las bondades de la independencia. En tanto el castellanohablante no pueda sentirse catalán y no le animemos a decir en su idioma “yo viviría mejor en una Catalunya independiente”, no conseguiremos la mayoría social que nos conduzca a la secesión; nuestra masa crítica seguirá siendo insuficiente, pues el Estado propio es inalcanzable sin la participación de todos los ciudadanos y ciudadanas. Ésta no es una postura de falso buenismo o de paternalismo progre, sino una cuestión numérica: o dejamos que todos suban al barco, o no llegaremos a ninguna parte. Así de simple. Necesitamos una tripulación mucho más amplia para navegar más allá del horizonte.

España lo sabe. Los autonomistas lo saben. Los guardianes del stablishment lo saben. Por eso se han pasado 33 años blandiendo el idioma como el gran problema de Catalunya, utilizando el catalán como arma política y como lazo del ahorcado. Así, exaltando los sentimientos y emociones de unos, se ha impedido cualquier brote de sentimiento catalanista en otros, evitando eficazmente la peligrosa unión de todos los que vivimos en Catalunya. Pero el verdadero problema, la gran piedra que hay en el camino, no es la lengua o la identidad, sino el bloqueo a que España nos somete, el legislativo y el económico, ahogando a unos y a otros sin distinción de lengua. Habrá quien, viviendo en Catalunya, se sentirá español, pero, le guste o no, para las estadísticas de Madrid seguirá siendo una cifra de la población catalana, un contribuyente catalán, un votante catalán, un estudiante, enfermo, obrero, viuda, parado o jubilado catalán. No le van a subvencionar o a dar becas de estudio como las dan en Cáceres por sentirse extremeño, ni le van a bajar los precios, los peajes, los seguros o los impuestos como los que hay en Cuenca por sentirse conquense. Pagará como el de aquí aunque se sienta muy de allá. El bloqueo también va por él.

Hemos invertido el último tercio de siglo con el catalán como máximo referente identitario, estigmatizando a los inmigrantes y a sus hijos nacidos en Catalunya por no hablar en catalán y… ¿de qué ha servido? Francamente: ¿hemos mejorado substancialmente la esperanza de vida de nuestro idioma? Después de tantos ríos de tinta, de tanta frustración y de tanta energía empleada, la salud del catalán sigue siendo pésima. Tras 33 años de gobierno autonómico (¡treinta y tres años! Qué no habrán conseguido otras naciones del mundo en ese mismo tiempo?), hemos requerido de un decretazo para asegurar (?) un mísero 50% de cine en catalán. Los comercios siguen anunciándose y atendiendo en cualquier idioma. Las emisoras de televisión en catalán (?) de ámbito nacional son dos, y nada más que dos. Y aún falta librar la guerra de las etiquetas de producto, la de los juzgados, la de los periódicos, la de las escuelas y universidades… Tras 33 años no hemos conseguido catalanizar los barrios obreros de Barcelona, las nuevas generaciones hablan castellano en la escuela y en la discoteca y el catalán es el gran desconocido en la mayoría de comercios de la capital. Algo falla, sin duda, y me temo que no es culpa de los castellanohablantes. Me pregunto cuáles serían hoy las esperanzas nacionales si hubiéramos invertido el mismo tiempo, esfuerzos y dinero en fabricar independentistas en el entorno castellanohablante con otros argumentos que no fueran los identitarios y los emocionales. Tal vez si a los catalanes que se sienten españoles les hubiéramos explicado cómo y cuánto de su dinero se va para no volver, hoy tendríamos unos cuantos españolistas, autonomistas y federalistas menos. Si en vez de focalizar el conflicto en el idioma y la identidad, les hubiéramos convencido de lo que se están perdiendo por culpa de una sangría de 22.000 M€ anuales, su postura sería muy otra y no sería necesario seguir gastando energías en discusiones sobre cuotas lingüísticas, derechos históricos y hechos diferenciales sobre las que nunca nos pondremos de acuerdo.

¿Estoy planteando renunciar a nuestro derecho y obligación de extender el catalán por todos los rincones y capas sociales del país? ¿Haciendo bandera del bilingüismo? ¿Torpedeando los sagrados fundamentos de la nación? ¡Claro que no! Digo que dejemos de poner el carro delante de los bueyes: ¿el objetivo inmediato es que todos hablen en catalán? ¿O bien el objetivo in-dis-pen-sa-ble es una mayoría social independentista? Pues consigámosla o olvidémonos de todo el asunto. Tras la mayoría social vendrá inexorablemente la libertad y, con ella, el poder, los recursos y el dinero para gestionar el idioma. Sé que presento una dicotomía sin matices y que la realidad es mucho más compleja, pero esta reflexión no deja de ser un mero ejercicio, una simplificación de lo que nos envuelve para ver qué queda en el fondo del vaso. Eso es: sentimientos y poder, dos componentes inmezclables. Entonces, si todo a la vez no puede ser, ¿qué ponemos delante?

No quiero la independencia sólo para mis hijos, sino también para mi. Y si para ello tengo que escoger entre tener Estado propio dejando la lengua en segundo término, o bien seguir insistiendo con la lengua y dejar la independencia para más adelante, tengo muy claro cuál va ser mi elección pues, a mis 49, empiezo a tener mucha prisa. Quiero disfrutar de la independencia mientras viva y tener tiempo de pasear por el mundo exhibiendo mi nuevo pasaporte. La quiero ahora, no cuando esté criando malvas.

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